La Última Prueba

¡Citius! ¡Altius! ¡Fortius! ¡Que comiencen los Juegos! Se encendió la llama eterna y los Juegos, comenzaron…
Luchas, saltos, carreras, lanzamiento de disco y jabalina, aurigas y carros llenaban el estadio. A lo largo de varios días centenares de atletas daban el máximo de sí para ser coronados. Era el premio que buscaban tras años de esfuerzo y de duro trabajo. Era el resultado de un entrenamiento concienzudo con un solo fin: ser el primero.
Risas, júbilo, alegría… Éxitos conseguidos y celebración entre las masas. Vítores, aplausos, gritos a raudales. Las celebraciones de las gentes, borrachas de entusiasmo y queriendo tocar a sus héroes. Los héroes, tocando el cielo con las manos y sintiéndose por un instante, el centro del universo.
Pero había más. Y no todo significaba fiesta…
También había espacio para la decepción y algunas lágrimas. Lágrimas en aquellos que no habían conseguido su objetivo, en aquellos cuyo esfuerzo final no había dado los frutos deseados, en aquellos en los que el derrumbe por el fracaso permanecería más allá de esos Juegos y, como en una terrible tormenta soplando hacia el abismo, les hundiría más en él y les llevaría a perder la ilusión por volver a intentarlo de nuevo.
2.500 años después ese espíritu sigue vivo. Prepararse y dar lo mejor de sí, luchar por el triunfo, llegar, obtener el premio. Pues en la vida todas las personas llegamos al estadio, observamos atentamente y elegimos nuestra prueba a disputar. Luego entrenamos, entrenamos duro y nos preparamos. Observamos durante un tiempo a nuestros rivales con atención y nos preguntamos acerca de ellos. ¿Estarán bien? ¿Serán más fuertes que yo? ¿Tendrán miedo? Concentrados en silencio nos acercamos al punto de salida. Ya no hay marcha atrás. ¿Preparados…? ¿Listos…? ¡Ya!
Pero cuando los Juegos están a punto de terminar aún queda una prueba más. Es la prueba más hermosa de esos Juegos, la que se deja para el final como cierre perfecto. La que significa la antesala a una ceremonia que culminará con un largo sueño para una llama y la apertura de una nueva Olimpiada. Es la Marathon.
Y ahora son cientos los que corren, miles incluso y muchos más tal vez. Es la prueba reina, es diferente. Aquí no se trata de salir primero o coger ventaja tras dos saltos. La carrera es resistencia, es superación. Es luchar consigo mismo y continuar a pesar de las dudas y el cansancio. Es conocer las razones por las que estamos ahí y tenerlas presentes cada instante. Es saber que podemos conseguirlo, que somos capaces de llegar y hacerlo. Sólo se trata de apartar las dudas y encontrar el ritmo adecuado, el nuestro.
Porque en esa carrera que elegimos, cada uno tenemos nuestro propio objetivo, cada marca a batir será diferente en cada caso, cada paso será distinto al de al lado y, los rivales, serán compañeros de un viaje en el que disfrutar juntos, ya que a cada uno en la meta le espera su premio.
Y eso es precisamente lo que estamos haciendo en la ASOCIACIÓN ON. Rescatar los ánimos de aquellos que perdieron una vez, que sintieron el fracaso en sus propias carnes, que tuvieron dudas y miedo para levantarse una vez más, que encontraron una razón suficiente para hacerlo y lo hicieron. Recuperar el ánimo, cargar el espíritu de energía y elegir una nueva prueba. Y luego correr…
Porque la meta está ahí y nos está esperando en todos los casos. Los rivales nos miran y sonríen, ofreciéndonos su mano cuando se trata de dar el salto. El público nos alienta y motiva con sus aplausos, haciendo fácil, lo que antes siquiera era capaz de plantearnos. Y nuestros seres más queridos, ellos, los más cercanos, observándonos desde la llegada nos invitan a conseguir el triunfo, a la vez que con su corazón nos dicen, que disfrutemos de esa última carrera mientras tanto.
Deja una respuesta